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La Inquisición era para los españoles
Brujas en el Perú virreinal
A principios del siglo XVII aparecen en Lima un grupo de juristas que se especializaban en la defensa de las mujeres acusadas de practicar la “brujería, magia y hechicería”. Criollos y españoles como Mejia de Estela, Felipe de Carranza, Diego Avedaño, Felipe Ortiz Solano, Andrés Obregón, entre muchos otros, se ganaban la vida defendiendo a este sector marginado de la sociedad, curiosamente por encargo de personajes de gran poder y estatus, como ricos comerciantes, académicos, políticos y hasta nobles titulados de Castilla.
La visión que se tenía en aquella época sobre estas prácticas “mágicas” era muy parcializada, ya que los miembros del Tribunal del Santo Oficio muchas veces no podían distinguir entre la bruja, la curandera o la sacerdotisa, sino que las englobaban bajo el común denominador de brujas, dado que supuestamente ejercían un poder sobrenatural y siniestro atribuido a una relación con el demonio.
Aquí entraban los juristas defensores quienes argumentaban que los supuestos poderes sobrenaturales de estas «brujas» no eran más que trucos o remedios naturales que eran accesibles y tenían fines lícitos. A pesar de que las acusadas en audiencia manifestaban interactuar con ciertos entes sobrenaturales (cerros, ángeles, santos, plantas, espíritus, demonios y animales fantásticos), seres de donde supuestamente provenían sus poderes y conocimientos, sus defensores terminaban por lograr mediante la retórica y persuasión que confesaran de que tales relatos no eran más que mentiras inventadas para ganarse un público con el cual lucrar, ya que el oficio “mágico” que ellas ejercían en muchos casos era rentable dado que la sociedad virreinal era muy supersticiosa sin importar la clase social o la etnia.
Ninguna sentencia por brujería
De las 3 000 denuncias que se presentaron al Tribunal de la Santa Inquisición en todo el periodo virreinal, 1 477 fueron procesadas y condujeron a que 32 personas fueran condenadas a muerte. El Tribunal nunca sentenció a ninguna persona por brujería o hechicería.
“En Lima, como en Cartagena, en La Habana o en Guatemala, era tal la cantidad de mujeres dedicadas a la venta de pócimas, a las curaciones milagrosas con imágenes cristianas o con ídolos ancestrales que los casos registrados por la Inquisición durante los siglos XVII y XVIII fueron solo la punta del iceberg. En lo que coinciden los investigadores e historiadores del tema es que aquí no hubo brujas, al menos no de acuerdo a la concepción europea del término. “La hechicera colonial no era bruja porque no formaba parte de ninguna comunidad mistérica, y por lo tanto en el Perú virreinal no existieron aquelarres que suponían la práctica de la magia negra”, nos aclara el historiador y escritor Fernando Iwasaki. En su opinión eran mujeres expertas en sanaciones y amarres, como las que aparecen en La celestina. […]
Tenían en promedio entre 20 y 40 años y eran de origen étnico variadísimo: podían ser blancas, cuarteronas, mestizas, mulatas, zambas e indias y todas —eso sí— pertenecían a las clases bajas de la ciudad. Cobraban entre ocho y 24 pesos por sesión, y entre sus habilidades estaban la unión de parejas, la atención de los partos, la cura de diversos males y la preparación de brebajes a partir de plantas tradicionales y animales, algo que era visto como demoniaco. Más aún porque muchas usaban en sus ceremonias ídolos indígenas e invocaban no solo a santos católicos, sino también al inca y la coya. Toda una gama de sortilegios que demostraban que la Conquista fue también un encuentro de supersticiones: las venidas de la península ibérica, de influencia mediterránea, donde las pócimas y afrodisiacos eran moneda corriente; y las nativas, basadas en los objetos provenientes de las huacas y en la ingesta de plantas alucinógenas. Y si a esto agregamos las prácticas mágicas procedentes de África, entonces tenemos el combo perfecto. Como afirma el historiador Pedro Guibovich se trataba de una cultura que creía en lo sobrenatural y en el poder de los objetos”. (Paredes Laos, 2017)
ReferenciaS:
.- La brujas frente al poder patriarcal, Jorge Paredes Laos (2017).
.- Entre Dios y el Diablo, Tatsihiko Fujii (2004).