Contenidos
Territorios hispanos en Estados Unidos
La colonización de California por España
Nuevos descubrimientos de los españoles.
Llegan los británicos
Francia también fue por detrás de la colonización española de EE.UU., tanto en la exploración de Norteamérica (desembocadura del río San Lorenzo, 1534) como en su primer establecimiento permanente: ciudad de Québec, en 1608.
Los hispanos anteriores
Fin de la presencia de España
El Destino Manifiesto gringo
«El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia (…) Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino». (O’Sullivan)
En cumplimiento de este «destino manifiesto» Estados Unidos alentó y apoyó la mal llamada independencia de Texas. Se establecieron colonos estadounidenses de estados esclavistas. El régimen de esclavitud había sido abolido en México y, por tanto, en Texas. Tras la mal llamada independencia de Texas la esclavitud fue restablecida.
Texas fue el primer paso de un vasto plan. Después Scott llegaría hasta Ciudad de México. En el Palacio Nacional hicieron ondear entre vítores la bandera de los Estados Unidos para humillación de los mexicanos y así continuó unos meses. Scott fue nombrado gobernador militar de México.
En estas condiciones se obligó a México a una venta de territorio colosal (California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nuevo México) y a la renuncia a Texas, mediante un tratado que únicamente había redactado una parte.
El «destino manifiesto» se estaba cumpliendo a rajatabla. No ha habido en la historia mundial otro despojo territorial tan inmenso y tan raudo de suelo patrio como el mexicano; 2,4 millones de km² expoliados que pasan a formar parte de otra nación en un periquete.
Mi tesis, obviamente debatible, sustenta que la hegemonía de Estados Unidos, y su primordial influencia en la historia mundial posterior, radica en este desgarro territorial formidable. Su directriz ideológica fue la doctrina del «Destino manifiesto«.
(Luis Pinilla)
El Futuro Hispano: ¿amenaza a U.S?
La Hispanidad será la mayor amenaza para la cosmovisión anglosajona del mundo.
En 70 años, dice George Friedman, México -no Japón, no Rusia, no China-, entrará en confrontación con Estados Unidos por la supremacía mundial. Se apoyará, aduce, en la migración de mexicanos, estimulada por Washington, que ocupará los viejos territorios perdidos en las guerras del Siglo XIX, y desde cuyo corazón se librará la batalla de la reivindicación histórica. La Hispanidad luchará por la hegemonía mundial.
México se desplomó
Mi tesis histórica, obviamente debatible, sostiene que el mundo contemporáneo es alumbrado el año 1848. Ese año Estados Unidos expolia a Nueva España/México casi 2,4 millones de km². Texas había alcanzado la mal llamada independencia en 1836 gracias al apoyo e instigación de Estados Unidos y a la continua llegada de colonos estadounidenses. California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nuevo México son expoliados sin más, coactivamente vendidos.
Son estos 2,4 millones de km² los que convierten a Estados Unidos en una potencia mundial. Se enlaza la costa este con la oeste mediante la construcción denodada del ferrocarril. Un vasto territorio con salida a dos océanos. Y el petróleo de Texas permitiendo su expansión y su desarrollo económico fabulosos.
Estados Unidos llega al podio de primera potencia mundial; el origen de su poderío radica en el año 1848. A partir de ese año México pasará a sufrir crisis intermitentes y a figurar en el segundo o tercer plano del concierto internacional. Se convierte en una nación en retroceso.
A mi juicio, los dos grandes acontecimientos históricos del siglo XIX que cambian el rumbo de la historia mundial son la Revolución Industrial y el expolio territorial brutal e inédito de Estados Unidos a México.
Estados Unidos convertido en potencia mundial despojará a España de sus últimas provincias de ultramar y dejará en Filipinas el llamado «genocidio filipino», estableciendo su idioma y cultura. A partir de ahí regirá el destino de los acontecimientos mundiales en el siglo XX.
(Luis Pinilla)
Invasión de México y sus tratados
El Tratado de la infamia
Termina la guerra entre México y los Estados Unidos: son firmados los Tratados de Guadalupe Hidalgo.
«En el tratado de la infamia y con la fuerza de los cañones y bajo coacción México fue obligado a firmar a punta de fusil no puede ni debe ser validado, México quizá podría apelar»
Febrero 2 de 1848
El tratado que hoy se firma, tiene el nombre oficial de “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América”, con lo que termina la guerra iniciada desde 1846 por el presidente de Estados Unidos James Knox Polk.
Durante el breve tiempo que duró la guerra hubo siete presidentes, uno de ellos, Paredes, fue encarcelado; seis generales dirigieron la guerra contra el invasor; se cambiaron la Constitución y la forma de gobierno; estallaron varias insurrecciones; y sólo 7 de los 19 estados que integran la federación contribuyeron con soldados, armamento y dinero a la guerra contra los Estados Unidos.
Al momento de la firma del tratado, las tropas norteamericanas ya han tomado con las armas el territorio cuyo despojo se “legaliza” hoy y ocupan la capital, las principales ciudades y los puertos más importantes del país, en tanto que el ejército mexicano apenas si llega a ocho mil efectivos disgregados en varios estados, mal armados y peor pertrechados.
En medio de esta anarquía el gobierno federal está ubicado en Querétaro. Santa Anna, presidente durante la invasión norteamericana, después de sus grandes y extrañas derrotas, ha renunciado y el presidente de la Suprema Corte, Manuel de la Peña y Peña, ha asumido el cargo como interino para negociar el arreglo de paz a través del ministro de Relaciones Interiores y Exteriores Luís de la Rosa. El presidente interino ha logrado reorganizar el gobierno e impedido que Nicholas Trist, negociador norteamericano, se retirara a Washington, (en donde el expansionismo norteamericano clamaba por la absorción de todo México) y después demandara más territorio ante el desorden generalizado prevaleciente en México. Se procede a las negociaciones de paz, a pesar de la resistencia de liberales como Valentín Gómez Farías, Ponciano Arriaga y Crescencio Rejón, que desean continuar la guerra.
Bajo la mirada del ejército invasor, se negoció la paz a pesar de que la voluntad de una de las partes no era libre, sino objeto de la violencia militar, porque nadie pudo hablar del derecho de Estados Unidos a un milímetro de territorio mexicano. Fue un acto semejante al de quien firma un documento secuestrado en su propia casa y sin ninguna esperanza de auxilio que cambiara su situación. Urgía al gobierno norteamericano dar un marco de legalidad a sus propósitos expansionistas para tratar de ocultar ante los ojos del mundo lo evidente: que esta guerra ha sido cínicamente una guerra de conquista.
Los delegados mexicanos también pidieron que la esclavitud fuera abolida en los territorios que se despojaban a nuestro país, dado que la guerra había sido por tierras y de muchos modos por esclavos negros. El debate fue inútil porque en la guerra contra México los caballeros sureños esclavistas estuvieron representados por los voluntarios al mando de Putnam, Davis, Yell, Price y Pillow, grandes terratenientes.
El tratado fue firmado en la sacristía de la Basílica de Guadalupe, “La Villa”, en la actual delegación “Gustavo A. Madero” del Distrito Federal y fue suscrito por los políticos conservadores Bernardo Couto, Miguel Atristán y Luís G. Cuevas, representantes de México y por parte de Estados Unidos, Nicholas P. Trist. Por ellos, México pierde más de 2 millones y medio de km2 de su territorio: Texas, la parte de Tamaulipas ubicada entre los ríos Nueces y Bravo; Nuevo México y la Alta California (hoy California, Nevada, Utah, Arizona y parte de Wyoming, de Colorado y de Kansas); se esfuma así el sueño mexicano de alcanzar la grandeza que había tenido Nueva España en el siglo XVIII.
Como resultado de esta guerra de despojo, México, en ese entonces con 4,665,000 kilómetros cuadrados, verá reducido su territorio, tras la venta de La Mesilla unos años después, también a Estados Unidos, a únicamente 1,964,375 km2.
Se otorga una indemnización de quince millones de pesos pagaderos así: tres millones a la ratificación del tratado y el resto en pagos anuales de tres millones. Señala Howard Zinn (La otra historia de los Estados Unidos) que el pago efectuado por los territorios arrebatados, permitió al periódico Whig Intelligence publicar para las «buenas conciencias» norteamericanas: «No tomamos nada por conquista… gracias a Dios».
Por fortuna para los invasores, en enero de 1848, mientras todavía se discutían las condiciones de rendición de México, James W. Marshall descubrió oro en el molino de la granja Nueva Helvecia del suizo Johann August Suter, cercana a San Francisco, California, de modo que los 75 millones que invirtieron los Estados Unidos en esta guerra, producirán de inmediato ganancias incalculables.
En Estados Unidos triunfó la posición del despojo parcial y fue derrotada la que pretendía la anexión completa de México. Pero como señala Juan José Mateos Santillán (Los Derechos Históricos de México sobre el territorio de los Estados Unidos) no fue por altruismo que se respetó la existencia de México, sino por los obstáculos y las dificultades insalvables que se hubieran tenido que afrontar, entre los más importantes: por la religión católica de la mayoría de los mexicanos cuya sede en Europa podría provocar conflictos internacionales en el caso de que se viera afectada; por el racismo que rechazaba la ineludible mezcla a largo plazo con mestizos e indígenas; por lo dilatado del territorio a ocupar que dificultaría su gobierno y requeriría de enorme inversión para explotar sus recursos; por el idioma español y las lenguas indígenas que serían un obstáculo permanente a la integración cultural; por los valores democráticos norteamericanos que tendrían que extenderse a los mexicanos, a menos que se aplicaran prácticas abiertamente discriminatorias a los mestizos y hasta genocidas a los indígenas; y por la falta de legitimidad con que se ejercería el poder político, que implicaría mantener el control militar directo sobre un vasto territorio para contener el nacionalismo mexicano y las ambiciones colonialistas de potencias europeas, como Francia e Inglaterra.
El cese de hostilidades es provisional y hasta la ratificación del tratado. Se dejarán de bloquear los puertos mexicanos y entregarán las aduanas. Los habitantes mexicanos de la parte perdida podrán conservar sus derechos políticos durante un año y su religión (esto no será cumplido). Estados Unidos impedirá los ataques de los indios (tampoco será cumplido).
Después de la firma del tratado, Trist confesará a su familia la vergüenza que lo había invadido “en todas las conferencias (ante) la iniquidad de la guerra, como un abuso de poder de nuestra parte”. Y es que México sufrió la agresión norteamericana con pérdidas enormes e incomparables, como no las tendrá en el futuro ningún país de América y del mundo que se haya enfrentado a los Estados Unidos.
El tratado es la culminación de un complejo conjunto de factores que van desde el expansionismo norteamericano, la inestabilidad provocada por las pugnas entre militares exrealistas, clero, terratenientes y liberales, y la ausencia de una identidad nacional y un liderazgo fuerte capaz de movilizar la resistencia popular como años después sucederá ante la invasión francesa, hasta el centralismo de los conservadores que ocasionó que grandes extensiones de tierra no pudieran ser controladas ni pobladas; además de una administración pública permanentemente en bancarrota por las continuas asonadas y por su ineficiencia en el manejo de los recursos, que expoliaba a la población con impuestos excesivos y los aplicaba a gastos suntuarios.
Muchas reacciones provocará el tratado, habrá intentos de rebelión y algunos pronunciamientos en contra. Los federalistas puros o radicales deseaban continuar la guerra hasta perecer, pues consideraban que de cualquier modo México desaparecería y sólo aceptaban negociar si los invasores se retiraban del país y desbloqueaban sus puertos. Los moderados estaban dispuestos a negociar y a ceder territorio para que México sobreviviera. Aunque en un principio el Congreso de la Unión se opondrá, finalmente se aprobará el tratado en la Cámara de Diputados por 48 votos y 37 en contra; y en la de Senadores por 33 votos contra 4.
La guerra y la derrota fueron una terrible desilusión para los liberales mexicanos que habían considerado a los Estados Unidos como ejemplo y guía por su sistema republicano, que según Teresa de Mier podría “conducirnos a la felicidad”. De quien les hacía el despojo de más de la mitad de su suelo patrio, sólo habían esperado amistad y ayuda por compartir su ideología. El sueño liberal del progreso basado en la convivencia pacífica y justa de una comunidad de repúblicas democráticas, fue borrado abruptamente por el rostro imperialista del país de las libertades. A la admiración antes profesada, se agregó la desconfianza con que muchos mexicanos miran desde entonces a los Estados Unidos.
Valentín Gómez Farías, en un mensaje escrito a sus hijos, sentenciará: “La venta infame de nuestros hermanos está ya consumada, Nuestro Gobierno, nuestros representantes, nos han cubierto de oprobio y de ignominia.”
Los miles de mexicanos que quedaron del otro lado de la nueva frontera, vivirán en adelante como una minoría marginada social y culturalmente bajo el dominio autoritario y discriminatorio de la mayoría blanca, protestante y racista. Serán objeto de hostilidad, vejaciones, abusos y despojos de sus bienes sin posibilidad real de defensa. Peor suerte tendrán las tribus indígenas cuyo exterminio genocida será inhumanamente sistemático mediante la guerra o la extinción de sus fuentes alimenticias, como los bisontes que de casi cien millones se redujeron a 750 en 1890; los escasos sobrevivientes serán expulsados de sus territorios y concentrados en alejadas reservaciones.
En mayo siguiente, los gobiernos canjearán ratificaciones en Querétaro y se iniciará la desocupación del país por las tropas norteamericanas.
Señala Brian Hamnett (Historia de México): “El resultado territorial de la guerra ha oscurecido el hecho de su larga duración teniendo en cuenta la debilidad mexicana. Las tres fuerzas de invasión estadounidenses experimentaron considerables bajas, más que las ocasionadas por el ejército francés durante la guerra de intervención de 1862-1867. Una vez más, esto no se reconoce generalmente en la literatura histórica. Los Estados Unidos pusieron en el campo 104.556 hombres entre regulares y voluntarios, pero 13.768 murieron en la que acabaría conociéndose como la ‘guerra mexicana’. Representa la más alta tasa de mortandad de las guerras combatidas por los Estados Unidos en su historia hasta el momento actual. Como cabe esperar, la guerra produjo un impacto considerable en los Estados Unidos, sobre todo porque el Partido Republicano y una de sus figuras en ascenso, Abraham Lincoln, se opusieron a ella con ahínco, basándose fundamentalmente en que solo iba en interés del sur. Estos factores podrían muy bien contribuir a explicar por qué no se tomó más territorio mexicano en el tratado de 1848 y por qué, pese a los designios estratégicos estadounidenses y los intereses materiales del sur, no se intentó ocupar y anexar el Istmo de Tehuantepec de un modo comparable a la ocupación de la zona del Canal de Panamá en 1903”.
El saldo de la guerra a favor de los Estados Unidos fue enorme: surgió como una potencia continental al apoderarse de un vasto y fértil territorio, rico en oro y petróleo; probó la eficacia de disponer de un ejército profesional y bien armado, capaz de ganar guerras en el extranjero mediante nuevas estrategias y tácticas como las operaciones combinadas mar-tierra, que utilizará exitosamente en sus siguientes guerras de expansión; y avanzó así su política expansionista de “destino manifiesto” al extenderse hasta el Pacífico y que lo llevará a comprar Alaska y apoderarse de Hawái y de Filipinas unas décadas más tarde en guerra contra España. Como ya lo había vaticinado el Conde de Aranda, cuando los Estados Unidos se independizaron de Inglaterra: “Esta nación ha nacido pigmea; tiempo vendrá en que llegará a ser gigante y aun coloso muy temible en aquellas vastas regiones.”
Para algunos pensadores norteamericanos de ese entonces, entre quienes destaca William Jay, el costo que pagaron los estadounidenses, además de unos 130 millones de dólares y de pocos miles de soldados, fue la gran concentración de poder en el ejecutivo y su ejercicio arbitrario, inconstitucional y antidemocrático. «De aquí en adelante será parte de nuestra teoría de gobierno, que durante una guerra el Presidente de los Estados Unidos queda relevado de toda restricción constitucional cuando actúe fuera de los límites del país, y que está completamente sustraído al dominio del Congreso. El inmenso poder y autoridad que se confieren así al Presidente cuando se presenta un estado de guerra, puede resultar en lo futuro un aliciente irresistible para que ese funcionario hunda al país en la guerra y posponga el retorno de la paz».
Otro costo pagado por los norteamericanos fue su degradación moral. Se ganó una guerra inmoral que hasta el propio general Ulyses Grant calificó como “una de las más injustas entre una nación poderosa contra una más débil”, y mediante una muy efectiva propaganda, se hizo creer al pueblo que se había realizado una gran hazaña, digna de gloria y honor.
Escribió Jay:
«Se nos ha enseñado a repicar las campanas, a iluminar los balcones y echar cohetes en señal de júbilo al enteramos de la gran ruina y devastación, la desdicha y la muerte que han sembrado nuestras tropas en un país que jamás nos ofendió, que nunca disparó un balazo en el suelo nuestro y que estaba completamente incapacitado para defenderse de nosotros…»
«Es seguro que entre las más tremendas responsabilidades que pesan sobre los autores y partidarios de la guerra mexicana, se incluirá la corrupción de la opinión pública y la depravación moral que ellos originaron en el país.»
«De esta suerte, los Estados Unidos habían llevado a cabo, al mismo tiempo, el negocio más ventajoso de su historia y, tal vez, su aventura imperialista más vergonzosa».
(Moyano Ángela et al. EUA. Síntesis de su Historia).»
A partir de este inicuo triunfo, los Estados Unidos se convertirán en la mayor nación militarista de la historia y combatirán muchas guerras tan injustas e inmorales como la llamada mexicana, iniciadas por su presidente y toleradas por la mayoría de sus ciudadanos.
Además, al fortalecer la victoria sobre México a los estados sureños esclavistas, se preparó el estallido de la Guerra de Secesión. Así lo vislumbró también Jay:
«Cuando reflexionamos sobre la vasta extensión que han dado a nuestro imperio las conquistas recientes; el carácter peculiar de la gente que hemos conquistado y que va a ser investida con los privilegios de la ciudadanía americana; los odios regionales engendrados ya por la disputa referente a la extensión de la esclavitud sobre esos territorios; la diversidad de los intereses que existirán entre los Estados del Atlántico y los del Pacífico, y la lucha perpetua por el predominio que deberá entablarse entre un poderoso artesanado que depende de su propia industria y una aristocracia terrateniente apoyada por algunos millones de esclavos, seguramente se justificará nuestro temor de que sobrevengan muchos motivos de irritación, disensiones civiles y finalmente el desmembramiento de la Unión».
Para los historiadores mexicanos de la época (Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos): “la causa real y efectiva de la guerra que nos ha afligido ha sido el espíritu de engrandecimiento de los Estados Unidos del Norte, que se han valido de su poder para dominarnos. La historia imparcial calificará algún día para siempre la conducta observada por esa república contra todas las leyes divinas y humanas, en un siglo que se llama de las luces, y que no es sin embargo sino lo que los anteriores, el de LA FUERZA Y LA VIOLENCIA.”
El presidente norteamericano Polk, iniciador de la guerra, concluirá su periodo el 4 de marzo de 1849. Dejará la Casa Blanca con su salud y prestigio muy mermados, acusado por los radicales de ser un instrumento de los esclavistas y por los sureños conservadores de servir a los radicales; delgado y ojeroso, creyendo estar enfermo de cólera, morirá a los 53 años en su casa de Nashville, Tennessee, el 15 de junio de 1849.
Anexión de ricos territorios
Para hacernos una idea
A veces, los números y las magnitudes desnudas resultan fríos y desprovistos de términos comparativos que el entendimiento pueda aprehender de forma cabal. Nos resulta más cómodo trazar similitudes con dimensiones con las que estemos familiarizados y que se encuentren en un ámbito más próximo. Entonces nos hacemos una idea que es asequible y válida, una noción que nos ilumina con una claridad que las meras cifras tan solo insinuaban.
Cuando se afirma que la anexión territorial de Estados Unidos sobre territorio mexicano ha sido la mayor de toda la historia mundial, que no hay ninguna otra que la haya sobrepasado en magnitud, estamos afirmando que de un modo pavorosamente raudo 2.378.539 km² de territorio mexicano son apropiados por Estados Unidos mediante una venta coactiva. California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nuevo México y Texas pasan a ser estadounidenses. A Texas se renuncia, tras su mal llamada independencia.
Esos territorios poseen unas riquezas naturales inmensas. Su posición geoestratégica es envidiable. Texas con salida al golfo de México, California con salida al océano Pacífico. Mediante la denodada construcción del ferrocarril se conectó la costa este con la costa oeste de Estados Unidos, de suerte que se abrió un canal espectacular de tráfico de personas y mercancías que propició la prosperidad económica y social.
El formidable desarrollo económico e industrial de los Estados Unidos fue impulsado por los enormes yacimientos de petróleo y gas natural de Texas. En Utah y Arizona la minería del cobre y de la plata alcanzan proporciones de una singular relevancia. El oro albergado en California resulta ampliamente conocido. Hay que añadir, también, las aguas territoriales y sus riquezas naturales. En la actualidad, California con 40 millones de habitantes sería por sí misma la 5ª potencia económica mundial.
Por tanto, la anexión de estos territorios no solo constituye la mayor anexión de la historia mundial en cuanto a superficie apropiada, y en tan corto periodo temporal; también cambió el rumbo de la historia posterior, pues estos inmensos territorios permitieron que Estados Unidos se elevase al rango de primera potencia mundial, e hiciera valer su hegemonía sobre el conjunto del resto de naciones.
Para hacernos una idea de esta colosal anexión, la mayor que se haya dado desde los albores de la historia, conviene encomiar este texto:
«Los autores de la obra ‘El Tratado de Guadalupe Hidalgo en su sesquicentenario’, recordaron que su suscripción le significó a nuestro país desprenderse de cerca de 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados de terreno, equivalente a la superficie de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia juntas».
(Boletín UNAM-DGCS-072)
Si lo trasladamos al continente americano la anexión territorial de Estados Unidos sobre México sería de una superficie aproximada a las superficies de Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador juntas.
Pocos quieren resaltarlo y recordarlo, pese a constituir un acontecimiento histórico inigualable. En cambio, el oro y la plata que se llevaron los españoles de América está en boca de todos y se sirve en todos los platos. Tengamos presente que el oro que España extrajo de toda América en 150 años es el equivalente aproximado del que México extrae actualmente en algo más de año y medio. Y la plata extraída en las mismas condiciones es la misma que Perú produce en la actualidad en cinco años (Cfr. ABC Historia, 09/07/2022).
¿No da que pensar y huele a tenebrosa malquerencia que un acontecimiento histórico que bate todos los récords y resulta trascendental para entender la historia contemporánea se reduzca y ensombrezca, mientras que otros que no alcanzan –ni de lejos– tal envergadura se magnifiquen y aireen con inusitada profusión? ¿Hay algún interés poderoso que presione para empequeñecerlo o esconderlo? ¿Alguien mueve los cordeles entre bastidores para frenar o detener su difusión?
(Luis Pinilla)
Tabúes y Leyenda Negra
Tabúes históricos
Para sorpresa y admiración encuentro que, en pleno siglo XXI, todavía hay reticencias en algunos ámbitos a la hora de abordar determinados temas históricos, presentar los hechos de manera objetiva y exponerlos a debate abierto. En algunos casos, rechazo firme.
El expolio territorial de México en 1848 fue de tal magnitud y tan raudo que no encontramos en la historia mundial ninguno que se le asemeje. En un breve lapso de tiempo 2,4 millones de km² de suelo patrio pasaron de una nación a otra. California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nuevo México y Texas dejaron de ser mexicanas (a Texas se renuncia) y pasaron a ser estadounidenses.
Este hecho único, y probablemente irrepetible en la historia del mundo, merecería ya de por sí una atención exquisita por parte de los historiadores, y del público en general amante de la historia. Hasta podría ser considerado un tema apasionante de estudio histórico por su exclusividad.
Pero si, además, apreciamos que, bien examinado, constituye el hundimiento de una nación (Nueva España / México) llamada a ser potencia y, simultáneamente, el surgimiento de una nación que va a ser la gran potencia mundial del siglo XX y, por tanto, va regir el destino del decurso histórico ello, de por sí, merece el total reconocimiento como hecho decisivo y determinante de la historia posterior mundial.
Estados Unidos enlaza la costa este con la costa oeste merced a la denodada construcción del ferrocarril. Se unen al tráfico de personas y mercancías dos océanos. El petróleo de Texas sustenta el desarrollo económico, industrial y social de Estados Unidos; y ello propulsa convertirlo en primera potencia. En la actualidad California, con 40 millones de habitantes, por sí sola, sería la 5ª economía mundial.
Pues bien, asombrosamente, parece que este hecho, el inmenso desgarro territorial mexicano, imprescindible para comprender el pasado reciente y el presente histórico se pretende ocultar, soslayar, minimizar, diluir, ignorar, olvidar o, llanamente, rechazar. En cambio, sucesos que ocurrieron hace cientos o miles de años parecen despertar un inusitado interés histórico.
(Luis Pinilla)
Conformismo y subordinación
Si hubiera ocurrido en España
Tristeza, desolación, extrañeza, amargura, perplejidad y pena incontable promueven las ideas de algunos ciudadanos mexicanos cuando se pronuncian sobre la desmedida anexión estadounidense de su territorio en 1848. No conozco personas de otra nación del escenario internacional que reaccionen o hayan reaccionado de modo similar.
Ante la mayor anexión de la historia mundial, algunos ciudadanos mexicanos están convencidos de que lo mejor que pudo ocurrir fue, en verdad, lo que ocurrió; es decir, que California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nuevo México y Texas (el 54,77% del suelo patrio mexicano) pasaran a manos estadounidenses. Aducen que, de ese modo, se han convertido en zonas desarrolladas; por el contrario, de no ser anexionadas por los Estados Unidos, se hubieran sumido en el subdesarrollo, la corrupción, el abandono y el pillaje. La espectacular anexión es bienvenida.
Traslado –como imaginario paralelismo– el acontecimiento histórico del expolio territorial mexicano a aquello más próximo sucedido en España, para hacerlo más comprensible y de fácil intelección. Imagino que, tras la arrogante invasión francesa de 1808, Francia se hubiese anexionado como territorio propio todo aquello que en España se sitúa al norte de la provincia de Toledo. Añado que ese territorio hubiera sido barrido de españoles, repoblado con colonos franceses que hubieran establecido su cultura y que, con el tiempo, hubiera albergado una mayor prosperidad económica.
Lo cierto es que no soy capaz de imaginar ni un solo español –salvo algún orate o un declarado enemigo de la patria– que manifestase que así mejor, que está muy satisfecho con semejante brutal anexión, que Francia es un fantástico admirable país, que se trata de un irrelevante suceso histórico que hay que olvidar y no lamentar, que se alegra por esos territorios y por los colonizadores franceses que en ellos viven y disfrutan de sus avances económicos y sociales.
Y agreguemos que en Burgos se hubieran hallado inmensos yacimientos de petróleo y gas natural que hubieran nutrido el desarrollo económico e industrial de Francia. Y en Lugo se hubiera dado una fabulosa minería de cobre y plata. Y en Huesca se hubieran creado importantes minas de oro. Y los franceses hubieran unido con ferrocarril París con La Coruña y con Barcelona para fomentar el tráfico de personas y mercancías, facilitando su colonización por franceses venidos de distantes lugares.
Pues bien, con monumental pasmo, continuamos imaginando que los españoles que permanecemos en Córdoba, Badajoz o Albacete –al sur de Toledo– dejamos de lado todo lo referente a Francia, su invasión y su fabulosa anexión, y lo reducimos a minúscula relevancia. En cambio, lanzamos una cruzada ideológica contra Líbano e Italia, denunciando con sensacional pompa y a toque de timbales los crímenes que fenicios y romanos cometieron en Hispania, los saqueos inconmensurables de metales que perpetraron, el hostigamiento que nos infligieron; y abominamos de su malvada cultura y de su pérfida idiosincrasia. Aún más, exigimos a los gobiernos y a los pueblos de Líbano e Italia que nos pidan perdón por su dolorosa y trágica colonización.
Algo raro, rarísimo, extrañísimo o formidablemente poderoso tendría que suceder para encontrar una reacción semejante entre los españoles, tengo la impresión. Creo que, los que estén dispuestos a considerar y ponderar, entenderán de sobra este razonamiento. Solo motivos espúreos ocultos y presiones colosales aviesas, contrarios a los sentimientos e intereses legítimos y profundos de un pueblo, pueden llevar a ciudadanos de una nación a expresarse de ese modo. Ahí subyace algo que resulta inicuo, maloliente, interesado y que permanece opaco. No me refiero a los pueblos en sí mismos, pues, algunos sectores de los pueblos, las más de las veces, son inocentes; si bien, se convierten en correveidiles y mecanismos de transmisión involuntarios de ideas de poderosos intereses internos y externos que actúan desde las sombras.
Finalmente, para hacernos una idea de lo que representó esta anexión territorial, la mayor y más rauda de toda la historia mundial resulta conveniente tener presente el siguiente texto:
«Los autores de la obra ‘El Tratado de Guadalupe Hidalgo en su sesquicentenario’, recordaron que su suscripción le significó a nuestro país desprenderse de cerca de 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados de terreno, equivalente a la superficie de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia juntas» (Boletín UNAM-DGCS-072).
(Luis Pinilla)