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Las Naciones indigenas y el II Imperio Mexicano
“Una buena parte de las comunidades indígenas, desde una perspectiva e intereses completamente diferentes a los expuestos por la élite comprometida con el proyecto del II imperio, notaron que el cambio de la república por el imperio les favorecía. Lejos de la corte y de las componendas políticas, estas comunidades se hicieron una imagen del emperador por la que creyeron que sus necesidades y padecimientos terminarían con el restablecimiento de la monarquía. Nuestro punto de partida es que, en buena parte de las comunidades indígenas, hubo un imaginario monárquico y una representación mental del emperador que la tradujo en una figura paternal y salvadora, la cual les permitía recordar los buenos tiempos del régimen colonial español. Buenos éstos en el sentido de que, durante ese periodo, habían gozado de un estatus especial que en algo los había protegido de su condición de subyugados, e igualmente contra los desmanes cometidos por los representantes del rey como por otros sectores sociales. La llegada del emperador Maximiliano despertó, en algunas de estas comunidades, la esperanza de encontrar, por medio de él, un mejor rumbo a su deplorable situación social”. (Granados, 1998)
La historia oficial busca dar a entender que frente a la incursión francesa y el establecimiento del II Imperio Mexicano, todos los pueblos de México, salvo algunos traidores afectos a Francia, se unieron para expulsar al invasor.
La realidad fue mucho más compleja, ya que el bando conservador y el Imperio tuvieron un fuerte apoyo, no solo de los grupos de poder cuya participación fue la más evidente, como el clero y la oligarquía terrateniente, sino también de buena parte de las Naciones Indígenas.
Este acontecimiento no se puede calificar como un simple acto de “traición a la patria”, porque es necesario comprender la situación en la que se encontraban los diferentes pueblos indígenas en la década de 1860. Las Leyes de Reforma no solo enajenaron las propiedades de la Iglesia Católica, sino también las de las comunidades indígenas. Estas políticas emprendidas por el gobierno liberal tampoco eran simples medidas guiadas por el racismo o la perversidad, sino que el liberalismo inserto en las clases dirigentes de México no entendía ni aceptaba la propiedad comunal de la tierra que las comunidades indígenas mantuvieron durante miles de años. Para los liberales de la época la propiedad tenía un sentido únicamente como “bien individual”.
Se puede decir que “La Ley de Desamortización de Comunidades civiles y religiosas” del 25 de junio de 1856 fue la declaración de una guerra contra “el indio”, que era visto como un elemento discordante en la “identidad nacional moderna”. Un diario de la época decía:
“los abusos que se han cometido con pretexto de las Leyes de desamortización y nacionalización han dejado a los infelices indios en un estado tal de miseria y abandono que diariamente nos admira de que cómo no ha estallado en todo México una guerra de castas”.
● La Gran Alianza Imperial
Así, con excepciones notorias como las comunidades de Guerrero, diferentes pueblos indígenas de México se unieron a la causa imperial: Los pames y otomíes con el general Tomás Mejía, los purépechas con el general Juan Nepomuceno Almonte, los coras, huicholes y mexicas con el general Manuel Lozada, los pimas, ópatas, yaquis, mayos, seris, kikapues y tarahumaras con sus respectivos caciques. Incluso los zacapoaxtlas que ganaron fama en la Batalla de Puebla de 1862, terminaron uniéndose al bando imperial hacia 1863, encabezados por el capitán Zenobio Cantero. Muchos indios sirvieron a la causa imperial como exploradores, traductores y guías, otros como contraguerrilleros, y otros más como voluntarios del Ejército Imperial.
“A vosotros, descendientes de los antiguos habitantes de esta Península, y súbditos del gran monarca y Emperador Carlos V, a vosotros me dirijo para haceros saber, que un príncipe ilustre en todo el mundo y tan poderoso como bueno, el Emperador Maximiliano, descendiente de ese grande Emperador Carlos V, soberano de vuestros antepasados hace más de trescientos años, es el que ahora gobierna a la nación mexicana y el que me ha mandado con amplios poderes para representarlo y gobernar en su nombre en este país, donde vivís en guerra con otros hijos de Dios y de esta tierra como vosotros. Me ha encargado nuestro amado Emperador que os trate como hijos suyos, y que os haga entender, que tanto vosotros como aquellos con quienes vivís en guerra son para Él iguales, y que le es doloroso saber que no queréis la paz que Dios mande a todos los hombres”. (José Salazar Ilarregui, 1864)
Sólo los pueblos que estaban en guerra directamente con el “hombre blanco” como los apaches o los mayas de Yucatán se mantuvieron al margen y en pie de lucha contra cualquier autoridad instalada en la Ciudad de México y sus representantes. Los demás no perdieron la oportunidad de ver la caída del gobierno republicano que pretendía despojarlos de sus tierras ancestrales.
En este contexto debe entenderse también la actitud de los pueblos indígenas cuando el juarista Pedro Pruneda señalaba despectivamente que los “indios manifestaron a Maximiliano en todas partes un fanático entusiasmo”. Opiniones similares son las del general Miguel Negrete quien decía que “estos indios imbéciles se han dejado seducir por los franceses” o las de Guillermo Prieto, quien los describía de antemano como “flojos, parasitarios, similares a chancros”, y otros tantos que les llamaban “indios traidores a la patria”.
No solo con sus opiniones los republicanos liberales se distanciaron de los pueblos indígenas del país, poniendo todos los recursos del país al servicio de ”la causa de la República”, la cual al mismo tiempo se implicó en la erradicación de las múltiples identidades culturales indígenas, sino que los juaristas basándose en el estado de guerra confiscaban de las tierras indígenas todo lo que requerían (alimentos, alojamiento y animales), mientras los franceses, austriacos y belgas por l general pagaban por lo que se llevaban.
Además de todo ello los emperadores Maximiliano y Carlota prohibieron la leva, que los ejércitos republicanos ejercían sistemáticamente para forzar a los indígenas a luchar en sus filas, arrancando hombres de donde podían. Finalmente, el 6 de junio y el 15 de septiembre de 1865 Maximiliano promulgó leyes que restituían la personalidad jurídica a las comunidades indígenas y reconocían su derecho a la posesión colectiva de sus tierras ancestrales u otorgadas por el gobierno. No es de sorprenderse que aunque en su ejército estaba prohibido el reclutamiento forzoso, contara con numerosos voluntarios de los pueblos indígenas.
● La Nueva Aristocracia Indígena del Imperio
El componente indígena no solo se plegó a los escalafones inferiores del Imperio Mexicano, sino que estos formaron parte de la nueva elite que habría de gobernar, siendo lo más idóneo tratándose de un país con un predominante componente indígena en cuanto a su número de habitantes.
Personajes como Faustino Chimalpopoca o Josefa Varela, herederos de los antiguos tlatoanis, emprendieron la creación de círculos intelectuales indígenas cercanos a la Corte, cuya misión era rescatar y difundir la cultura ancestral, así como asesorar a los emperadores Carlota y Maximiliano en los asuntos concernientes a las comunidades indígenas que muchas veces ellos por ser europeos no entendían.
Referencias:
.- Serranos y rebeldes: la Sierra Gorda queretana en la revolución, Antonio Flores González (2004).
.- El Segundo Imperio: Pasados de usos múltiples, Erika Pani (2019).
.- El ocaso del imperio de Maximiliano visto por un diplomático prusiano, Konrad Ratz (2013).
.- Los indios en la formación de la identidad nacional mexicana, Jorge Chávez Chávez (2003).
.- Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Niceto de Zamacois (1881).
.- Apuntes para la historia del II Imperio Mexicano, Francisco de Paula de Arrangoiz (1869).
Los indígenas con el II imperio
Las Naciones Indígenas y el II Imperio Mexicano
La historia oficial busca dar a entender que frente a la incursión francesa y el establecimiento del II Imperio Mexicano, todos los pueblos de México, salvo algunos traidores afectos a Francia, se unieron para expulsar al invasor.
La realidad fue mucho más compleja, ya que el bando conservador y el Imperio tuvieron un fuerte apoyo, no solo de los grupos de poder cuya participación fue la más evidente, como el clero y la oligarquía terrateniente, sino también de buena parte de las Naciones Indígenas.
Este acontecimiento no se puede calificar como un simple acto de “traición a la patria”, porque es necesario comprender la situación en la que se encontraban los diferentes pueblos indígenas en la década de 1860. Las Leyes de Reforma no solo enajenaron las propiedades de la Iglesia Católica, sino también las de las comunidades indígenas. Estas políticas emprendidas por el gobierno liberal tampoco eran simples medidas guiadas por el racismo o la perversidad, sino que el liberalismo inserto en las clases dirigentes de México no entendía ni aceptaba la propiedad comunal de la tierra que las comunidades indígenas mantuvieron durante miles de años. Para los liberales de la época la propiedad tenía un sentido únicamente como “bien individual”.
Se puede decir que “La Ley de Desamortización de Comunidades civiles y religiosas” del 25 de junio de 1856 fue la declaración de una guerra contra “el indio”, que era visto como un elemento discordante en la “identidad nacional moderna”. Un diario de la época decía:
“los abusos que se han cometido con pretexto de las Leyes de desamortización y nacionalización han dejado a los infelices indios en un estado tal de miseria y abandono que diariamente nos admira de que cómo no ha estallado en todo México una guerra de castas”.
La Gran Alianza Imperial
Así, con excepciones notorias como las comunidades de Guerrero, diferentes pueblos indígenas de México se unieron a la causa imperial: Los pames y otomíes con el general Tomás Mejía, los purépechas con el general Juan Nepomuceno Almonte, los coras, huicholes y mexicas con el general Manuel Lozada, los pimas, ópatas, yaquis, mayos, seris, kikapues y tarahumaras con sus respectivos caciques. Incluso los zacapoaxtlas que ganaron fama en la Batalla de Puebla de 1862, terminaron uniéndose al bando imperial hacia 1863, encabezados por el capitán Zenobio Cantero. Muchos indios sirvieron a la causa imperial como exploradores, traductores y guías, otros como contraguerrilleros, y otros más como voluntarios del Ejército Imperial.
“A vosotros, descendientes de los antiguos habitantes de esta Península, y súbditos del gran monarca y Emperador Carlos V, a vosotros me dirijo para haceros saber, que un príncipe ilustre en todo el mundo y tan poderoso como bueno, el Emperador Maximiliano, descendiente de ese grande Emperador Carlos V, soberano de vuestros antepasados hace más de trescientos años, es el que ahora gobierna a la nación mexicana”. (José Salazar Ilarregui, 1864)
Sólo los pueblos que estaban en guerra directamente con el “hombre blanco” como los apaches o los mayas de Yucatán se mantuvieron al margen y en pie de lucha contra cualquier autoridad instalada en la Ciudad de México y sus representantes. Los demás no perdieron la oportunidad de ver la caída del gobierno republicano que pretendía despojarlos de sus tierras ancestrales.
En este contexto debe entenderse también la actitud de los pueblos indígenas cuando el juarista Pedro Pruneda señalaba despectivamente que los “indios manifestaron a Maximiliano en todas partes un fanático entusiasmo”. Opiniones similares son las del general Miguel Negrete quien decía que “estos indios imbéciles se han dejado seducir por los franceses” o las de Guillermo Prieto, quien los describía de antemano como “flojos, parasitarios, similares a chancros”, y otros tantos que les llamaban “indios traidores a la patria”.
No solo con sus opiniones los republicanos liberales se distanciaron de los pueblos indígenas del país, poniendo todos los recursos del país al servicio de ”la causa de la República”, la cual al mismo tiempo se implicó en la erradicación de las múltiples identidades culturales indígenas, sino que los juaristas basándose en el estado de guerra confiscaban de las tierras indígenas todo lo que requerían (alimentos, alojamiento y animales), mientras los franceses, austriacos y belgas por l general pagaban por lo que se llevaban.
Además de todo ello los emperadores Maximiliano y Carlota prohibieron la leva, que los ejércitos republicanos ejercían sistemáticamente para forzar a los indígenas a luchar en sus filas, arrancando hombres de donde podían. Finalmente, el 6 de junio y el 15 de septiembre de 1865 Maximiliano promulgó leyes que restituían la personalidad jurídica a las comunidades indígenas y reconocían su derecho a la posesión colectiva de sus tierras ancestrales u otorgadas por el gobierno. No es de sorprenderse que aunque en su ejército estaba prohibido el reclutamiento forzoso, contara con numerosos voluntarios de los pueblos indígenas.
La Nueva Aristocracia Indígena del Imperio
El componente indígena no solo se plegó a los escalafones inferiores del Imperio Mexicano, sino que estos formaron parte de la nueva elite que habría de gobernar, siendo lo más idóneo tratándose de un país con un predominante componente indígena en cuanto a su número de habitantes.
Personajes como Faustino Chimalpopoca o Josefa Varela, herederos de los antiguos tlatoanis, emprendieron la creación de círculos intelectuales indígenas cercanos a la Corte, cuya misión era rescatar y difundir la cultura ancestral, así como asesorar a los emperadores Carlota y Maximiliano en los asuntos concernientes a las comunidades indígenas que muchas veces ellos por ser europeos no entendían.
Referencias:
.- Serranos y rebeldes: la Sierra Gorda queretana en la revolución, Antonio Flores González (2004).
.- El Segundo Imperio: Pasados de usos múltiples, Erika Pani (2019).
.- El ocaso del imperio de Maximiliano visto por un diplomático prusiano, Konrad Ratz (2013).
.- Los indios en la formación de la identidad nacional mexicana, Jorge Chávez Chávez (2003).
.- Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Niceto de Zamacois (1881).
.- Apuntes para la historia del II Imperio Mexicano, Francisco de Paula de Arrangoiz (1869).